la vida empieza a los treinta

21.7.19

Te perdono, aunque ya te vale





Yo de pequeña hablaba con Dios, hablaba incluso antes de tener voz, antes incluso de que me explicaran que para algunos existía un Dios que vivía en el cielo y era sobretodo un ser muy bueno, pero para otros solo existía la carne y el cuerpo, y que cuando te morías, te morías y se acababa el cuento. Yo de pequeña vivía con la certeza de formar parte de un plan perfecto, en el que lo bueno y lo malo eran primos hermanos, un juego en el que no había bandos porque todo a la vez era lo mismo y el fin era el principio. Yo de pequeña sentía el amor de eso a lo que llamé Dios, pero que si hubiera nacido en otro lado del mundo, lo habría llamado con otro nombre. Sentía su compañía, su mirada aceptadora hiciera lo que hiciera, porque aunque era entonces básicamente luz, también tenía mis sombras. Nunca estaba sola, por eso podía pasar horas y horas y horas jugando sola. Y pintaba a Dios en mis dibujos, pero nunca conseguí que me encajara la idea; y hablaba con él, o ello, o ella. Nunca fui a religión y el cura de mi pueblo siempre me pareció una persona no muy buena, no le gustaba a ayudar, le gustaba más regañar. Mi relación con dios no tenía intermediarios, yo tenia linea directa con él, y como tampoco tenia dudas de su existencia, y encontraba siempre sentido en sus respuestas, aunque fueran parcos susurros, nunca necesité buscar explicación en las iglesias. Los curas y religiosos nunca fueron fuentes de inspiración. Yo veía a dios en mi padre y en don Juanjo y en mis perros, y en las caricias de mi madre en mi pelo cuando creía ella que estaba yo durmiendo. Veía a Dios en los atardeceres, en todos. Eso que yo tenía era sólo mío, no se podía compartir, no era universal ni generalizable, no tenía forma de ser fuera de mi, fuera de mi no encajaban las piezas, no tenía sentido. Fuera de mi se habría convertido en religión y ahí no estaban mis respuestas. Crecí y seguí teniendo esa certeza, lo viví como quien guarda un maravilloso descubrimiento que sólo es visible a sus ojos, sintiéndome especial por verlo y sabiendo que fuera de mi se evaporaría. Encajando como iba pudiendo las incongruencias de lo malo y lo bueno, incorporando al demonio en la partida y muchas veces creyendo que al final normalmente, el que gana no es peter pan, sino Garfio. Posicionándome en el bando de peter pan, por supuesto y aunque pierda, pero olvidando un poco aquello que sentía, eso de que en verdad no había bandos, y que el final era el principio y que éramos todos lo mismo. Dejé de hablar con dios cuando murió mi padre, me enfadé mucho con él, ello o ella, y dejé de hablarle después de insultarle, dejé de tenerle en cuenta y aunque yo ya no le quisiera, él seguía estando para mi, como el amor de un padre, incondicional. Y cada segundo que reparaba en lo injusto que era vivir sin el amor de mi padre, le miraba mal y le retiraba la palabra. "Ya te vale, dejarme a mi sin padre". 

He tenido que dar muchas muchas vueltas, de dentro para afuera, de afuera para dentro, hacia atrás  muy hacia atrás, casi hasta el principio, para ver algo de coherencia y sentir algo parecido al  agradecimiento, por haber crecido sin mi padre. Ahora toca reconciliarme contigo, para no volver a sentirme sola como al principio, que aunque estaba sola, estaba siempre contigo, y como tú solo tenias sentido dentro de mi, tú y yo éramos lo mismo. Que esa soledad de cuando ya no sabes jugar sola, esa soledad de sentirte sola en el mundo, cuando vienen duras, es mala consejera y deja un sabor amargo y profundo.