la vida empieza a los treinta

6.3.19

A las mujeres que habitan en mi


A la niña de sus ojos
que esperaba cada tarde 
a que él trajera ese abrazo
suyo de la calle.
Esa que le hacía arrodillar
para abrazarse.
A la Purdi
que se subía a lo más ato
sólo para que él la viera.
A la que jugaba con babosas 
o con piedras
imaginando mundos
que sólo eran de ella.
Esa que feliz se perdía en mil historias
en mil quinientos metros de parcela,
que se olvidaba de merendar
porque se alimentaba del sol y las estrellas,
y de la energía que da la soledad
cuando sabes estar con ella.
A la niña que conocía el poder
de saber cuándo agradar y
cuándo quedarse quieta.
Esa que sabía que cualquier cosa 
tendría arreglo
si tenía a su madre cerca.
Te perdono y te pido perdón
por cada vez que te sentiste en deuda
y te agradezco cada contemplación
y te quiero mucho niña, y te honro,
porque eres perfecta.

A la mujer que despertó
un día del deseo,
ese que ya llevaba 
tocando la puerta un tiempo.
Esa que por las noches
a solas amaba su cuerpo,
que había descubierto 
el magnífico poder de un beso.
A esa que se entregó libre
en la oscuridad de un cine,
al placer de las caricias
de otra mano sobre su sexo.
La misma que sumisa
se vistió de castidad
porque tuvo miedo,
tuvo miedo al qué dirán
y en vez de darse y dejarse dar
se dedicó al cortejo.
Esa mujer que eligió la pluma para desahogar
la angustia de no poder amar al completo.
Te perdono y te pido perdón
por cada vez que te sentiste sucia
y te agradezco cada letra de amor
que nació de la renuncia,
porque eres hermosa te quiero mujer
y te honro porque eres pura. 

A la madre que me dio Luz
y que me mostró también sus sombras.
A la abuela que me dio orgullo
sólo por ser parte de ella.
A todas las mujeres 
que habitan en mi
que nacieron todas 
de la misma estrella
y a las que estaban antes 
y a las venideras.
Somos perdón y compasión.
Somos amor, pasión y entrega.
Os amo y os pido perdón
y os libero a todas
de cualquier deuda.