la vida empieza a los treinta

6.4.17

El amor incondicional II Parte


Llegaste a mi vida justo cuando te necesitaba. Un poquito antes de que se fuera Titi. "Noooooo", me dijo cuando me vio entrar por la puerta contigo. Al poco ella se marchó a hacer su camino no sin antes nombrarte: Cara caqui. La verdad es que tenias un rostro muy particular Zar. La primera vez que te vi pensé "no tiene orejitas". Desde el sur de Madrid viniste a buscarme. De ti me dijeron que eras mal perro, ¿te lo puedes creer? ¡Que mordías las paredes! Yo jamás conocí perro mas sereno, paciente y tolerante que tú, menudos adjetivos para un perro ¿verdad? Y es que siempre pensé que esta seria tu última vida como animal, que lo próximo que vendría seria un hombre, porque ya eras medio perro, medio humano.
Mi compañero y mejor amigo, mi casa. Me diste obligaciones de las que nacen en el corazón, cuidaste de mi. Hacia ti me giré cuando Lorelay volvió con su ex diciéndote "¡qué fuerte zar!" A ti me agarré aquellas noches que volvía mareada a casa para poder dormir. Y las tardes de vacío, a tu cuello me aferraba cuando me sentía sola. Tú marcabas mis tiempos, mis rutinas, siempre juntos, a cualquier lado. Sin ti me habría perdido un rato.
Nunca te gustó quien no debía gustarte y siempre fuiste importante para quien lo merecía. Hiciste un gran trabajo amigo. Gracias por todas las tardes que me arrancabas del sillón para dar una vuelta y respirar. Gracias por esa mirada escondida, por esos ojos que pocas veces se abrían como platos. Gracias por tu "quédate aquí quieta conmigo, que todo pasa". Por los miles de atardeceres que te sentabas a mi lado en vez de perseguir conejos. Lo nuestro fue cosa del destino. Llegaste cuando tenías que llegar, porque mi hogar fue cualquier sitio en el que estuviera contigo. Y te has ido, tranquilo y en paz, dejándome en el que desde hace un tiempo es el mío.