la vida empieza a los treinta

24.3.20

Espacio Tiempo

  

Este domingo fue el mejor domingo de lo que va de año. Y me lo he pasado entero metida en casa con mi familia, soy afortunada. Nos quejamos mucho, pero en realidad qué castigo es ese de estar en casa con tu familia.
Despertar sin despertador. Desayuno pausado y antes de subir a la ducha sentarme en el sillón con Vera y Marco. Un segundo antes de hacerlo he tenido esa sensación que se ha hecho costumbre en mi alma, de tener que encajar antes de nada, el día en mi cabeza. De mirar el reloj antes de sentarme a su lado por si voy mal de tiempo, porque seguro que para algo hemos quedado. Qué maravillosa y olvidada sensación esa, de dar respuesta a lo que ocurre a cada paso, sin mirar más allá, sin tener nada en cuenta, dichosa cuenta...
Me he dado una ducha larga, como siempre hago, a esto nunca le resto tiempo. Con la lista  del spoti que me apetezca en cada rato, pero esta vez la he dejado sonar y sonar y sonar sin mirar el minutero, porque no había quedado, porque no tenia ningún plan, porque no podía ir a ningún lado. He hecho mis saluditos al sol con la tranquilidad de empezar cuando me diera la gana y acabar cuando me hartara, sin mirar cómo voy de tiempo y cuanto tiempo tengo, porque no tenia nada que hacer, porque no había quedado, porque no podía ir a ningún lado. 
Veinte minutitos de meditación ya con el subidón de intuir que algo grande me estaba pasando. Y me ha sentado bien y nadie me ha molestado. 
He llegado a la cocina liviana, sin ningún peso ni carga, ni relojes alojados en mi espalda. Sin tener que dejar nada preparado antes de irme a tomar la caña. Porque no podía ir a ningún lado, es por lo que no había quedado y no tenia nada mejor que hacer, que hacer lo que me diera la gana. Y me he puesto a hacer la comida con amor y sin carga. Y me ha quedado bien el brócoli con pollo, y le ha gustado mucho a mi Pa, comida rica y sana.
Me puesto un vino, me he conectado con amigos mientras cocinaba, y una me ha dicho que estos días atrás, entre fiebres y corona virus, ha encontrado a un padre que le había sido negado en su vida antes. Un padre entregado al cuidado, a ese cuidado, el cuidado de un padre entregado. Qué bonito, he pensado, y entre risas le he dicho ¡hay que ver lo que nos regala este corona bicho! Y todo esto ha pasado porque no tenemos a donde ir, porque no tenemos ningún plan y con nadie hemos quedado. 
Después de comer me he plantado en el sillón a ver una peli sin mirar el reloj, sin esa pesada sensación de tener que calcular cuánto tiempo queda para merendar, y duchar y acostar a los niños, que mañana tienen cole. Sin tener la cabeza en el lunes y el cuerpo en el ocaso del domingo, porque no tenia nada más que hacer que estar conmigo, porque el lunes y el domingo estaban esta vez fundidos. Porque no había mochilas, ni almuerzos, ni excursiones, ni futbol, ni pintura, ni parque. Ni valorar si mañana toca cuello vuelto, ni tener que mirar la app del tiempo para escoger cual es el mejor abrigo. No tenia nada más que hacer que estar en casa con los míos.  
Este domingo, encerrada en mi casa por real decreto, sin poder salir, he sido infinitamente libre, más libre que ningún otro domingo con libertad de movimiento. Este encierro me ha traído el gusto de la libertad de disponer absolutamente de mi tiempo. Y me ha traído también acercarme de otra manera a mis hijos, conviviendo con ellos a su manera de vivir, en su mismo espacio-tiempo, ese en el que solo cabe el espacio para vivir y sobra el tiempo. Y en ese espacio suyo, su mamá no anda detrás achuchando y maldiciendo  "¡vamos niños, que hemos quedado, que nos tenemos que ir,  y si no nos damos prisa no nos va a dar tiempo!"