la vida empieza a los treinta

21.10.08

CAMBIOS

A veces pensar en el cambio acongoja, provoca un temor impreciso que oprime engañosamente el estómago y que no logramos reconocer. Apura tanto que preferimos mantener nuestra rutina conocida, nuestra vida certera y tranquila, que mudar la piel que de seca se nos cae a pedazos y esperar lo mejor con los brazos abiertos aun con cara de pánfilos. Casi siempre obviamos que en algún momento, y no sabemos cuando, encontraremos el mojón del lindero que separa lo humano de lo eterno y que el paso de cada estío deberia contraer algo, aunque sean vicios, enfermedades curables, resabios, deudas, compromisos o engaños. Algo. Ese cambio que nace de dentro, que te grita hasta que de evitarlo, te vuelve un necio. Ese cambio que una vez que muere de afonía, te regala un infierno sin musas y un miserable esperpento por vida.

2 Comments:

At 17/11/08, Blogger Ashep said...

Estamos hechos de un sesenta por ciento de agua. El agua es fluida y, por lo tanto, mutable. Entonces, para ser coherentes con nuestra materia, deberíamos sufrir cambios sesenta de cada cien días. Eso hacen doscientos veinticinco días al año, que vienen a ser siete meses y medio.

Así, deberíamos cambiar, por ejemplo, durante la primavera, el verano y la mitad del otoño.

- Hola, Manolo.
- No. Estamos en septiembre. Llámame don Manuel.

Si no queremos restringir esos cambios a una temporada concreta podríamos alternar los cambios por meses. Por ejemplo, cambiar sólo los meses de treinta y un días.

- Hola, don Manuel.
- No. Son las doce y un minuto del uno de octubre. Llámame Manolito.
- Don Manuel, se le ha olvidado cambiar la hora.
- Ay, qué cabeza la mía. Este invento moderno del horario de invierno me trae por la calle de la amargura.
- No se preocupe, don Manuel. A Manolito le va a dar igual.

También podríamos organizarnos semanalmente: jueves, viernes, sábados y domingos, se cambia; lunes y martes, no.

- Hola, Manolito.
- Váyase usted a hacer gárgaras, caballerete.
- Perdone, don Manuel. Qué mal le sientan los lunes, oiga.

Los más organizados, los más constantes, podrían cambiar catorce horas y media al día, todos los días del año, pero a éstos habría que darles una especie de salvoconducto para que no los ingresaran en una casa de locos.

- Manu, ¿te has tomado tu pastilla amarilla?
- ¿Es a mí?
- Claro.
- Pues yo soy Manolo.
- Ah, vale. Perdona, Manolo. Te decía que si te has tomado la pastilla amarilla.
- ¿Es a mí?
- ¡Sí!
- Vale, colega, no te pongas chungo, que se te va la olla. Ya no me cambies el nombre, chavalote. Me llamo Manolito.
- Se me acaba la paciencia, Manolito. ¿Te has tomado la puñetera pastilla amarilla?
- Disculpe, caballero. Me ha parecido que se dirigía usted a mí por el sobrenombre familiar de Manolito, hecho que no puedo por menos que señalar como un desgraciado malentendido, puesto que usted y yo no compartimos un nivel tal de intimidad que le permita hacer tal cosa. En adelante, le agradecería que se refiriera a mí con el apelativo de don Manuel, que es el que representa al humilde servidor de usted, de Dios y de la patria que tiene usted delante.
- Mire, don Manuel, no puedo más. No me pagan lo suficiente. Si quiere, tómese la pastilla amarilla. Si no quiere, métasela por el culo.
- Me la acabo de tomar hace un rato.
- ¿Manu? ¡Por fin!
- Manu está cagando. Yo soy Manolo. Si quieres, dame la pastilla, que yo se la doy cuando acabe.
- No, deja. Me la tomo yo.

 
At 18/11/08, Blogger chopitosmum said...

Cómo me alegro de rozar así con los deditos a esta familia.
Cambios... no sé de qué me hablas.
Besotes.

 

Publicar un comentario

<< Home